Categorías

amor (51) arte (7) cine (53) cuento (30) diario (138) English (15) ensayo (38) espiritualidad (4) humor (16) imagen (2) Krishnamurti (6) lenguaje (9) literatura (13) música (3) narrativa (42) pensamientos (20) poesía (117) préstamos (86) prosa poética (30) sociedad (8) sueños (3) talent campus (1) video (9)

2 de mayo de 2025

Confesiones de un tímido con ídolos

El otro día iba caminando con mis hijas por la calle cuando, en la misma acera, aparece Ramón Ramírez. ¡Ramón Ramírez! Mi ídolo de la infancia. Y ahí estaba yo, congelado, deseando saludarlo o pedirle una foto… pero me ganó la vergüenza. No fue la primera vez.

Allá por 2015, en el aeropuerto de la CDMX, vi a Ronaldinho correr hacia su andén. Tuve una ventana de 15 segundos para seguirlo y pedirle un autógrafo. ¿Y qué hice? Exacto: nada. Una parte de mí piensa que los famosos son personas normales que odian que los molesten. La otra parte… simplemente se paraliza.

Y cuando sí me animo, bueno… digamos que tampoco siempre sale bien.

Como aquella vez en el Festival Internacional de Cine, en una masterclass con Mike Leigh. Nadie preguntaba nada. Y mi mano se levanta como por acto reflejo. Balbuceo una pregunta confusa sobre su cine y él responde categóricamente que no, que nada que ver… y que si no entiendo, mejor me retire. Trágame tierra.

O el mail que le mandé hace años al correo oficial de Woody Allen, preguntándole si alguna vez consideraría filmar un guion ajeno. La respuesta fue tan surrealista que parecía guion de él mismo: “Solo por sugerirlo, podríamos demandarlo. Borre este mensaje ya.” (Y lo borré, entre risas y un poquito de miedo).

Claro que también hay algunas interacciones más dignas:

– Tengo una foto con Diego Luna (de lado, sin que se diera cuenta). – Logré otra con Carlos Reygadas. – Conocí a Mike Leigh antes de que me quemara en público. – Después de un concierto de Zaz, terminé yéndome a Tlaquepaque con su trompetista y otro músico. – Con Jorge Drexler fuimos caminando a un bar después de un concierto. – Una vez puse en Twitter que Angélica Aragón era la Meryl Streep mexicana… y ella me dio like. (Angélica, no Meryl). – Y hace poco, una actriz que admiro mucho me respondió con un mensaje muy bonito a un proyecto personal.

Y bueno… también está la lista de celebridades que he admirado y no logré saludar. Suena a homenaje tipo In Memoriam de los Óscares:

Gus y Maggie de Nintendomanía

Cuauhtémoc Cárdenas

Iñárritu

Carlos Fuentes

Elena Poniatowska

Stereo Total

Andrés Bustamante (Ponchito)

Jamie Foxx

Tris Monero 

Jis

Frankie Muniz

(Entre otros fantasmas del fanatismo tímido)


A veces me arrepiento de no haberme acercado. Otras veces agradezco no haber hecho el ridículo. Y otras, simplemente sonrío por tener historias raras que contar.

19 de marzo de 2025

Génesis

I. PRIMERO, EL IMPACTO


En el principio,

no había tiempo ni ojos para verlo,

sólo una presión imposible,

un rugido de luz empujando los bordes

de un universo que aún no entendía

su propia hambre.


El polvo se acomodó en torbellinos,

los asteroides chocaron,

las primeras tierras se hicieron y deshicieron

como bocas tragándose a sí mismas.


No había testigos

cuando una roca vino a partir la historia,

cuando el cielo ardió en un trueno de fuego

y la tierra, antes un vasto palacio de dientes y garras,

se convirtió en un osario humeante.


Los reyes del mundo desaparecieron

y lo pequeño,

eso que nunca había importado,

empezó a ganar espacio.


II. REINOS QUE SE CREEN ETERNOS


Pero no aprendemos.


Las cenizas de un coloso fertilizan el trono del siguiente,

y en el polvo del viejo imperio,

otro se alza con espadas y decretos.


Babilonia, Roma, Tenochtitlán,

todos se creen el punto final.

Todos sienten que las estrellas se inclinan ante su orden,

hasta que un día la sangre hierve demasiado rápido,

y las piedras que sostienen sus nombres

se desmoronan como pan viejo.


El oro se corrompe en manos sucias,

los ejércitos avanzan y retroceden,

como el mar cuando le cortan la garganta al viento.


Las guerras no terminan,

cambian de bandera.

Los generales dejan su sitio

a presidentes que ya no llevan armadura

pero entienden el metal de otra forma.


Los mapas se trazan en secreto,

los tratados se firman con tinta y cuchillo.

Las fronteras son más que líneas,

son cadenas dibujadas con la sangre de quienes

nunca serán parte de la decisión.


Y mientras ellos juegan a ser dioses,

los campos de Gaza arden.

Los muertos en Ucrania yacen donde ayer hubo plazas.

Los campos de exterminio en Teuchitlán

siguen susurrando los nombres que no se borran.

Los zapatos permanecen,

pequeños, solitarios,

como si esperaran todavía

a quienes nunca regresaron.


Los niños nacen en tiendas de campaña,

bajo lonas que apenas los cubren del invierno.

Crecen en la sombra de un dron,

miran el cielo con miedo,

esperan.


Esperan.


Esperan a que el siguiente imperio se desplome.


III. MÁQUINAS QUE SUSURRAN AL OÍDO


La tecnología no es ni un arma ni un milagro,

pero en la mano equivocada se vuelve

la voz de un dios de plástico y cables,

un titiritero invisible.


Espejos que devuelven lo que queremos ver,

algoritmos que susurran deseos

antes de que lleguen a la boca,

ondas que viajan más rápido que el pensamiento

para decirnos qué comprar,

qué odiar,

quién es enemigo,

qué es verdad.


Las manos que antes blandían espadas

ahora presionan botones

y con un clic condenan o salvan,

pero no distinguen carne de pantalla.


Cada palabra es vigilada,

cada rostro es un código en bases de datos

que no olvidan,

que no perdonan.


La historia se escribe en microchips

y se borra con la misma facilidad

con que un emperador ordenaba incendiar bibliotecas.


Y así, lo invisible gobierna

mientras nos creemos libres.


IV. CUANDO EL VIENTO CAMBIA


Pero el viento siempre cambia.


Un niño en una calle de escombros

pinta en una pared con los dedos,

y su dibujo viaja más lejos

que el proyectil que cayó anoche.


Una madre, de pie entre ruinas,

dice no me moverán

y el ejército se tambalea.


Una carta escondida,

un poema pasado de mano en mano,

una foto en un teléfono clandestino,

una voz que no se apaga aunque la quieran quemar.


Y de pronto, las columnas del palacio tiemblan,

pero esta vez no es para dar paso a otro imperio,

no es el mismo ciclo con otra bandera.


Es otra forma de habitar el mundo.


No un trono nuevo,

no una guerra con otro uniforme,

sino la grieta por donde entra

un sol que nunca antes habíamos visto.


Un mundo que no herede la violencia,

un tiempo que no pese sobre el cuerpo de los débiles.


Y en alguna parte,

una de esas gotas

ya está cayendo.


No sobre una piedra,

sino sobre la semilla

de algo que todavía no tiene nombre,

pero que se siente

como un amanecer sin miedo.

Archivo del Blog

Todos los derechos reservados. Con tecnología de Blogger.
Scroll To Top