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5 de septiembre de 2004

Volver a ver un antiguo amor

Vacaciones de verano, salgo del Proulex como normalmente lo hago todos los días. La ruta a tomar es el primer autobús que transite sobre Av. Alcalde y continúe su trayecto a través de Av. Prolongación Alcalde, para así llegar a Fidel Velázquez, como todos los días entre semana. Ese día creo que tomé la ruta número 54, era un jueves tal vez.

Alto. Abrir la puerta, subir y pagar. El autobús estuvo semivacío en todo el trayecto de la parada del camión a Fidel Velázquez. Ella se encontraba en uno de los asientos dobles de mi lado izquierdo, casi al final del autobús. La miré por unos momentos y creí estar seguro que era Ella. Me senté en uno de los asientos individuales que en ese momento se encontraba a mi lado derecho, a la mitad del camión.

Cuando la miré la primera vez, ella también me miró, pero miró como cuando se ve a una persona por primera vez, y sostuvo un momento la mirada conmigo. La mirada rancia me llevó años atrás. ¿Ella no sabía quién era yo? No, no la primera mirada. Se veía tan hermosa, cargando en sus brazos carpetas amarillas. No usaba el mismo estilo de vestir que años atrás sí utilizaba. Bueno, todos hemos cambiado, yo también no uso la misma ropa que en los segundos días, los primeros de la adolescencia. También yo era diferente, por eso no me reconoció, al menos en la primera vista.

Una vez sentado, con movimientos bruscos y obvios torné mi vista hacia ella, hacia atrás. Ella ya había inferido ese movimiento, segundos antes, hasta creo que se lo esperaba. Nos miramos fugazmente por segunda vez. Empero, todavía no se percataba de quién era yo. Al menos eso pensé.

Algo (alguien) había cambiado, eramos nosotros; ella en ese momento y yo ahora, aquí. El mismo sentimiento de angustia al no saber si esa mirada misteriosa sigificaba simpatía u otra cosa que nunca sabré (¿por qué no quise?, tal vez, tal vez por cobardía, inexperiencia, juventud).

La tercera vez que nos miramos fue cuando descubrí, ahora por completo, que ella me había descubierto también, a mí, al yo nuevo para ella. Al que no era yo, mi anterior yo. O yoes, pero eso no importa ahorita. Lo que importa es... que lo que esperé por largo tiempo, aún cuando cursaba el último año de preparatoria, estaba frente a mí, pero yo ya no tenía las ganas de hacerlo, de revivirlo. Estaba cansado, y la madurez que los años se encargan de ver pasar, hicieron efecto sobre mí. Fue una nueva primera vista, ante una nueva persona, que ya no era ella.

Cuando bajó, ella, en Circunvalación y Av. Prolongación Alcalde, lo único que hice fue verla partir, desde el asiento (ahora a mi iziquiera) del camión, una vez más. Sosteniendo esas cosas que parecían sobres amarillos y una bolsa de mano transparente. Se veía hermosa, exactamente igual que antes. Igual que los días en los que nunca le dije lo hermosa, lo hermosa y sublime, lo hermosa e ideal que se veía.

Y doy gracias por ese día, en que un recuerdo añejado pasó a ser un presente resuelto, ahora en el pasado. Pero lo que quizás añore en el futuro, será el no haberle dicho, lo hermosa, lo hermosa que se veía.

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