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11 de enero de 2007

En busca del tiempo perdido

Cuando termine de leer la novela de Alfredo Bryce Echenique Un mundo para Julius (1970) voy a leer por fin Por el camino de Swann (1913) de Marcel Proust, parte de En busca del tiempo perdido. Esta obra mantiene resonancia e influencia con respecto a una temática utilizada por muchos escritores contemporáneos, la recreación de los recuerdos (de la infancia muchas veces).

Si imagino un artefacto mnemotécnico aparece ante mis ojos una fotografía. Tómese por ejemplo una fotografía de la infancia. ¿Cada vez que recordemos esa imagen nuestra reacción será la misma? Absolutamente no. Y mucho menos este artefacto podrá hacernos sentir presentes en el mismo tiempo y espacio con tan sólo mirarlo. Aunque la imagen en sí, puede servir como un portal para la memoria. Puede ser la chispa que encienda la llama de los recuerdos.

Pero a veces, ni si quiera el álbum de fotos más abultado puede producir lo que una imagen vívida reproduce en nuestros sentidos. Lo que ninguna fotografía pudo tomar, un recuerdo íntimo tan profundo que no podemos imaginar nuestra vida sin él. ¿Cómo llega pues esta imagen mental a nosotros? Generalmente de repente, sin avisarnos. Una definición de memoria es: aquella potestad que permite al ser humano retener experiencias pasadas. Por otro lado, el "arte del olvido" es según Nietzsche, la capacidad activa para cesar la memoria cuando ésta se vuelve muy pesada. La composición de una fotografía será continuamente la misma. Pero nuestra mirada sobre ella cambia porque nosotros no somos estáticos. La foto está muerta.

Si nuestra mirada fuese siempre la misma, entonces el caos sería legible, al menos no le llamaríamos caos. Tomemos por ejemplo, la trilogía de González Iñárritu y Guillermo Arriaga, aunque en un principio la linealidad que permite la comprensión no es notoria, se nos muestran como imágenes muy parecidas a los sueños, sin un orden aparente. Esta impresión sólo dura la primera vez que vemos la película. Si volvemos a ver Babel, 21 gramos o Amores perros cada salto temporal se nos muestra cada vez más lógico. ¿Por qué? Porque la apropiamos y sabemos lo que vendrá después, unimos los cabos sueltos. Porque la naturaleza de una película, un libro, una fotografía, una pieza musical, es la fijación lógica que nos permite darle un sentido. El misterio original es momentáneo.

¿No es acaso el misterio de la vida, el amor, la muerte, la existencia, lo que crea la verdadera trascendencia? ¿Cómo podríamos trascender sólo en el claustro? Una foto es imitación de la realidad. ¿Pero por qué se nos presenta tan transparente, tan legible, tan sin misterio? Si la foto llega a recrear en nosotros lo mismo que sentíamos en la imagen, es porque asociamos la imagen con recuerdos reales de nuestra vida. En el ensayo de Xavier Rubert de Ventós Arte nos dice que para Bergson o Proust: "...arte es mímesis de lo particular, de lo atípico, de aquello que siempre se nos escapa porque no es habitual ni clasificable según esquemas generales, y que es precisamente lo que el artista capta y enseña"1

Es por esto que la memoria no es una acción completa por sí sola, nosotros al recordar nos convertimos en artistas cada vez que recordamos, porque buscamos lo que hace falta en la escena, una señal nos lleva a otra, como los escalones en una escalera...

Ahora retomemos el olvido. ¿Qué es lo que voluntariamente quisieramos olvidar y por qué? La literatura ha ofrecido indicios muy claros desde tiempos remotos. En el ensayo de Mónica B. Cragnolini Memoria y olvido: los avatares de la identidad en el “entre” nos dice que:

Ulises inicia el viaje de retorno porque el nostos ya le impide ser feliz junto a Calipso. El recuerdo impulsa al viaje. Pareciera que es necesario olvidarse, en algún momento de la vida, de quién es uno y adónde se iba. En ese viaje de retorno, es llevado hasta el país de los lotófagos, los que comen la flor del olvido. Para Ulises “nada es más dulce que el país y los padres” (Odisea IX, 34): precisamente lo que produce el fruto del loto es la pérdida de “todo gusto de volver y llegar con noticias al suelo paterno” (Odisea IX, 94-95). Por ello debe arrastrar hasta la nave a esos hombres sumergidos en el olvido, y amarrarlos para que no huyan."2

Como el mismo Nietzche profiere, el olvido es un arte que merece ser ejercitado. ¿Qué hubiera pasado si Joel y Clementine no se hubieran borrado mútuamente en la película Eternal sunshine for a spotless mind? Esa película no es más que una muestra de que el olvido es necesario para retornar al instante que vale la pena vivirse. Aunque su voluntad al principio era borrar radicalmente a la otra persona, cegados por sus pasiones, y hasta cierto punto irresponsablemente; la lección es aprendida una vez que han olvidado. De ellos depende otra vez su futuro juntos.

Una vez borrado tal instante somos víctimas del azar y es posible que vivir de nuevo tal momento no se repita... Es necesario rendirse al misterio de la inconciencia, de la experiencia estética, de lo que se escapa de nuestro ententimiento. Cuando la carga es muy pesada.

Un único libro no es suficiente para quien tiene hambre de belleza y vida. Aún si cada vez que acudieramos a tal o cual libro con nuevos bríos para darle otros significados. Aún si leeyéramos y releeyéramos La Divina Comedia como único libro toda nuestra vida, después de décadas terminaríamos hastiados. La búsqueda de nuevas obras, nuevas experiencias y significados serán ejercicios para nuestra memoria y olvido. Después de todo puede ser que haya señales que nos permitan regresar...

Por esto y más quiero leer al señor Proust, en busca del tiempo.

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