Este es un poema erótico sin bocas, ni manos, ni pechos ni nada. No, borro lo dicho. Esto no puede ser ningún poema, tan sólo acumulación de otros rostros dispersos, que se fijan en la postura sentada al fondo a la izquierda.
Si tu cuello no girara,
siguiendo la dictadura
de tus ojos, no encontrarías
la mentirosa sorpresa de verme,
cosa alguna que decirte,
bajaría del ascenso contigo
Con la furtiva tarea de mil vírgenes, que se replegan y amalgaman a tu alrededor. Tal vez, serán mis ideas solamente y no un verano el que me ofreces como fresas salvajes.
Insistes al mirarme. Quisiera tener algo más que mis estrofas del silencio, acaso los párpados tengan su propio lenguaje que los cables no traducen. ¿Las pestañas, las cejas y las gafas también presienten los volcanes entre cada semáforo? ¿Sabrán ellos distinguir la angustia de una sonrojada vista entre asientos?
De pensar que cada cuerpo no es más que una distracción para las almas, me invado de materia y deseo las fuentes que conspiran por lo que nuestras lenguas llaman cabellos. Qué afan por verte desconocida en el autobús de las siete. Qué inútil adivinar tu nombre, lleno de varios dulces y aureolas musicales a tus oídos. Finges dormir para que el vientre que separa mis ojos, se hinche al atravesar las ventanas.
Hay una nota musical no descubierta aún, profecía de panderos al vislumbrar eso que me dices cuando aislas tu frente hacia los coches que nos rebasan. Y todavía cuando suena el timbre de tu huida, de tu no me busques entrevistas íntimas, giras toda la historia de los que aprendieron a volar sin saberse aves a través de ti. En dos breves parpadeos, suculenta, conversas con las más grabadas escrituras que llevo sobre mi postal que voló por otros aires y que habrá de regresar cuando desciendas.
Si tu cuello no girara,
siguiendo la dictadura
de tus ojos, no encontrarías
la mentirosa sorpresa de verme,
cosa alguna que decirte,
bajaría del ascenso contigo
Con la furtiva tarea de mil vírgenes, que se replegan y amalgaman a tu alrededor. Tal vez, serán mis ideas solamente y no un verano el que me ofreces como fresas salvajes.
Insistes al mirarme. Quisiera tener algo más que mis estrofas del silencio, acaso los párpados tengan su propio lenguaje que los cables no traducen. ¿Las pestañas, las cejas y las gafas también presienten los volcanes entre cada semáforo? ¿Sabrán ellos distinguir la angustia de una sonrojada vista entre asientos?
De pensar que cada cuerpo no es más que una distracción para las almas, me invado de materia y deseo las fuentes que conspiran por lo que nuestras lenguas llaman cabellos. Qué afan por verte desconocida en el autobús de las siete. Qué inútil adivinar tu nombre, lleno de varios dulces y aureolas musicales a tus oídos. Finges dormir para que el vientre que separa mis ojos, se hinche al atravesar las ventanas.
Hay una nota musical no descubierta aún, profecía de panderos al vislumbrar eso que me dices cuando aislas tu frente hacia los coches que nos rebasan. Y todavía cuando suena el timbre de tu huida, de tu no me busques entrevistas íntimas, giras toda la historia de los que aprendieron a volar sin saberse aves a través de ti. En dos breves parpadeos, suculenta, conversas con las más grabadas escrituras que llevo sobre mi postal que voló por otros aires y que habrá de regresar cuando desciendas.
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