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4 de noviembre de 2007

Yo confieso


Yo, señor, soy de Segovia; 
mi padre se llamó Clemente Pablo,
 natural del mismo pueblo -Dios le tenga en el cielo. 
El buscón don Pablos, de Francisco de Quevedo

Lo menos que podemos hacer, en servicio de algo, es comprenderlo.
José Ortega y Gasset

Ya sé cómo rebasar esta dicha. En estos cinco años de registros personales me he vuelto receloso de ciertas cantidades de información íntima. Ha decir verdad, tengo otro cuaderno donde escribo (ahora mismo lo acabo de abrir y estoy releyendo) donde he puesto asuntos en apariencia más personales. ¿Pero no son en realidad estos asuntos que en apariencia llamados personales, una serie de aglomeraciones comunes entre las personas de las sociedades? Me parecería muy egoísta pensar que yo tengo pensamientos únicos, quizá una parte de mí lo ansía, quizá por eso la escritura, ese alejamiento creativo de realidad para mirar de lejos lo que está muy cerca.

El 4 de agosto de 2007 a las 02:02 am me preguntaba esto: ¿qué quiero? De tal manera que me interesa citar una parte del texto de mi cuaderno:

Me he vuelto más franco y personal en las charlas con mis amigos. (...)No creo, con la mente fría, que encontrar un latido fuerte en el camión o internet me demuestre o me lleve realmente a lo que quiero, con quien yo quiero, al genotipo de mi idealismo digamos.

Quiero a una con quien tenga una charla sin tanta bulla, más yo. Donde quizá pueda revelarle memorias mías pero también hablemos o actuemos acorde a nuestro presente y futuro lleno de cotidianidad. No quiero impresionar ni ser la respuesta. (...)Primero debo descubrir a una persona y luego pensar en el amor. No debo programarme para ser los brazos salvadores o el refugio de las desdichas, las cosas deben salir conforme a las circunstancias, sin premeditaciones, pero entonces ¿cómo accionar en una cita con alguien que me gusta? Porque alguien puede apreciarme día a día, pero alguien más quizá no, debo sintetizarme en cada cita y mostrarme foto.

Pero a decir verdad, toda esta escritura de pensamientos y posturas me parece incompleta. Imprecisa. Porque cada vez me resulta más fácil verme objetivamente. Aunque aún así, no pierdo la consciencia subjetiva. Es que encuentro el párrafo anterior casi como una fórmula de la espontaneidad, bonita paradoja. Y ahorita me estoy poniendo renuente a algo que una parte de mí quiere escribir y dejar plasmada aquí, con ciero escepticismo por otra parte mía. Puedo responder a la pregunta ¿quién soy y que quiero?

Me siento como cuando escribía mis primeras entradas aquí: incómodo, incierto, un tanto nervioso. Pero al mismo tiempo lleno de expectación, esperanza y optimismo. ¿Quién soy me pregunté? No se puede responder esta pregunta como si respondiera un formulario para soliticar un servicio, pero tampoco como una carta de presentación. Son muy formales. Es más bien como un comentario en el cual me sentiría alienado si declarara rasgos físicos o detalles geográficos. No. Yo respondería diciendo que cuando era niño a veces me daba pena andar con mi papá, porque tenía barba y el cabello largo y ondulado. Y los demás niños lo veían de forma extraña, de una manera que me avergonzaba, como si quisiera pasar desapercibido. Y hoy que pasó la misma situación, sonreí con el niño. Y sonreí con mi papá. Y le sonreí al niño que era yo, esperando que de alguna manera me escuchara decirle "¡Mira tu padre! No tienes por qué estar avergonzado, todo lo contrario carnalito. Llénate de orgullo, llénate de orgullo". Hablaría de esta manera para responder quién soy yo.

Luego diría que con mi mamá estuve disgustado porque cuando era un niño pequeño no me dejaba tener novia, que eso era para los grandes. Entonces yo estaba enojado porque los demás niños sí tenían sus novias y yo no, o al menos estaba fuera de mí repertorio de palabras preguntar ¿quieres ser mi novia? Estaba prohibido. Así me hice tímido. Solo hasta que crecí cambié, aprendí a ver, pedir, preguntar, tener la idea de a quien quiero. Porque esa es precisamente la cuestión, sé o creo conocer el genotipo de mi idealismo. Y estoy descubriendo en el transcurrir de mis relaciones amorosas adultas a palparlo, cada vez más de cerca con una nitidez tremenda. A identificar eso que yo recibí cuando niño: las muestras de amor, de mimos, de enseñanzas, de aprendizaje.

Pero esto no soy yo. Ni de lejos. No es ni un esbozo. Debería agregar cosas importantes como el afecto que recibí por todas partes. El idel de responsabilidad. La guía ejemplar de unos padres colaborativos, serviciales con su comunidad, sus familiares y con ellos mismos. Si me hablan de complejos psicológicos diría que éstos claramente no aplican en mis padres o que si ellos los tienen los han sabido conquistar, dominar de la manera más amable. De otra forma hubiesen sido incapaces de educarnos y mostrarnos que el amor ágape existe, de que la fraternidad humanista debe ser un objetivo en la vida, y que la mejor manera de enseñar el bien es con el propio ejemplo. Sea pues, yo no tengo nada que reprochar a mis papás.

Hace poco estaba hablando con una amiga sobre las cuestiones de compatibilidad en las parejas. Le dije que apenas un par de días antes había terminado con mi novia. No teníamos muchas cosas en común. Ella me comentó que se encontraba en una situación similar, seguramente terminaría con su novio, porque aunque lo quería y se llevaban bien en otras cosas discernían. Al final de cuentas, no vamos a encontrarnos con un alma gemela, pero vamos a convivir con alguien que quiera o busque objetivos y metas compartidas. Dicen que la única obligación que tenemos en esta vida es no ser imbécil. Fernando Savater menciona que hay varios tipos de imbéciles:

1. El que cree que no quiere nada, el que dice que todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta permanente, aunque tenga los ojos abiertos y no ronque.
2. El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse, bailar y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la vez.
3. El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo. Imita los quereres de sus vecinos o les lleva la contraria porque sí, todo lo que hace está dictado por la opinión mayoritaria de los que le rodean: es conformista sin reflexión o rebelde sin causa.
4. El que sabe qué quiere y sabe lo que quiere y, más o menos, sabe por qué lo quiere pero lo quiere flojito, con miedo o poca fuerza. A fin de cuentas, termina siempre haciendo lo que no quiere y dejando lo que quiere para mañana, a ver si entonces se encuentra más entonado.
5.El que quiere con fuerza y ferocidad, en plan bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo sobre lo que es la realidad, se despista enormemente y termina confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo.

Las conductas imbéciles no tienen nada que ver con la libertd y las reflexiones propias, como bien se puede ver. Quería mostrar pues las "filosofías de vida" de muchos seres humanos en este planeta, que muchas veces nos encontramos día a día. El conflicto no me preocupa, lo que me importa es la manera de resolverlo. No quiero mostrar con toda esta larga entrada un estado emocional particular en este momento de mi vida, quiero más bien registrar un objetivo que cada vez se vislumbra más claro de conseguir. Lento pero seguro.

Uno de los conflictos que más me consterna es ese bagaje que otra persona, una mujer, una posible compañera pueda traer con sí. La creencia de que no es capaz de amar. Es algo totalmente opuesto a mi visión y misión de vida. Creo firmemente en la capacidad de amar a otra persona. La verdad es que no me gustan mucho las filosofías de vida que coleccionan fragmentos aislados, aunque no tenemos asegurado el mañana prefiero verlo todo como un solo conjunto relacionado. Hablo de la alegría, la felicidad cotidiana. Y dentro de esta visión del mundo opuesta a la mía, el principal conflicto sería encontrarme con alguien que no apostara por entregarse, porque crea que sus complejos personales, familiares, sus traumas y fobias son más fuertes que ella. Esto no me detendría para intentar mostrarle que no es así, que es probable creer. No es fácil, no hay éxito comprobabdo en esta empresa, pero no podemos abandonarnos a la suerte. Le pregunté a mi papá cuál era la diferencia entre la suerte, el azar y la providencia. Me dijo algo así como:

"Los imbéciles se dejan a las manos de la diosa suerte. El azar es la probabilidad de un evento en una serie de repeticiones. Y la providencia es dejarse en las manos de Dios."

Los antiguos griegos tenían una palabra para esto: hado. Fatum o hado era la divinidad o fuerza desconocida que se creía que gobernaba el destino de los hombres. Y creo que en todas estas definiciones hay diferencias abismales. En la suerte no hay aprendizaje, son un número de hechos que suceden por "buena" o "mala" suerte. No hay más explicación. Por eso no creo que haya suerte en el amor, ni en el trabajo, ni en la responsabilidad, ni en los proyectos de vida, ni en la Literatura, ni en la música, ni en nada.

Si debiera responder a la pregunta entonces de quién soy, tendría que hacer memoria mucha. Lo mismo si te lo pregunto a ti. A ella. Y a veces es más fácil verlo. Poder decir: puedo ver quién eres. La comunión más cercana a lo perfecto entre lo que pensamos y hacemos. ¿Qué quiero pues...?

Hay tanto que podría escribir esta noche. Me siento inspirado. Aunque también un tanto melancólico. Me duele pensar en todas las trabas que las personas se ponen para reconocerse en alguien más. Alguna vez escribí por aquí que debemos amar en cada oportunidad que se nos presente para hacerlo. Aún si con certeza o intuición la persona que se nos presenta enfrente nos grita qué para qué arriesgarse, para qué esforzarse por algo que no va a pasar, por algo que no es posible entre nosotros dos. La respuesta a esta cuestión no es a priori, no se puede dar por adelantado si no te esfuerzas. Porque también se presentan los casos contrarios, en que la necedad es tan grande, que una vez que se conocen y comprueban que no son el uno para el otro, insisten patológicamente hasta desgastarse mútuamente y terminar creyendo que el amor no existe y contagiando sus futuras relaciones de ese pesimismo por una mala experiencia. Hay que tener el valor de aprender de nuestros errores, de reconocer cuando alguien podría convivir con nosotros, de valorar nuestras emociones y nuestras metas, de perseguir nuestro ideales. Pero sobre todo, de acercanos con amor. Como dijo alguno de los escritores existencialistas de la mitad del siglo XX: Felicidad no es hacer lo que uno ama, sino amar lo que uno hace.

Se me presenta el mundo pues como la oportunidad de complementar con alguien más las cosas que amo y quiero compartir, que también deseo que me compartan. Y esto no debe verse con una seriedad estoica, sino con una compasión humanista. No como una individual voluntad de construir respuestas artificiales, como escribiría Baudelaire al final de sus Paraísos artificiales:

    Terminaré este artículo con algunas hermosas palabras que no son mías, sino de un notable filósofo poco conocido, Barbereau, teórico musical 94 y profesor del Conservatorio. Yo estaba cerca de él en una reunión donde algunas personas habían tomado el bienaventurado veneno, y me dijo entonces con acento de desprecio indecible: "No comprendo por qué el hombre racional y espiritual se sirve de medios artificiales para llegar a la beatitud poética, puesto que el entusiasmo y la voluntad bastan para elevar lo a una existencia supernatural. Los grandes poetas, los filósofos, los profetas, son seres que, por el puro y libre ejercicio de la voluntad, consiguen llegar a un estado en el que son a la vez causa y efecto, sujeto y objeto, hipnotizador y sonánibulo." Yo pienso exactamente lo mismo.

La constitución de un hombre es pues una diaria libertad al arbitrio. Socavar la infinita alegría que trae consigo el entendimiento entre dos personas, una pareja, amigos, un libro y un lector, es la peor forma de atentar contra el movimiento que nos lleva al acto, al reconocimiento. Pero para esto no necesitamos ser perfectos, tener una formación o un pasado excelso, excento de toda falla. Hubiese sido imposible levantarse si no hubiésemos caído. Caemos para aprender a levantarnos. Dijo Erasmos también en su Elogio de la locura:

    Nadie habría, en verdad, que no huyese, horrorizado, como de un monstruo o de un espectro, de un hombre tal, sordo a todos los sentimientos de la Naturaleza; de un hombre sin pasión alguna, a quien ni el amor ni la misericordia le hacen más mella que si fuese de pedernal o de roca de mármol; de un hombre a quien nada se le oculta y nunca se equivoca, sino que, como otro Linceo, todo lo descubre, todo lo pesa y mide con minuciosidad, y nada ignora; de un hombre que sólo está contento de sí mismo y que se cree el único fuerte, el único prudente, el único soberano, el único libre y, en una palabra, el único en todas las cosas, aunque sólo en su opinión; de un hombre que no convive con los amigos, porque no tiene ninguno; de un hombre, en fin, que no repararía en mandar ahorcar a los mismos dioses, y que todo cuanto ve hacer a los demás lo condena como extravagante y se ríe de ello. Tal es el bicho raro que los estoicos consideran como el prototipo del sabio.

    Decidme, pues: si se tratase de elegir, ¿qué nación elegiría un gobernante de este tipo, ni qué ejército lo designaría para general? Digo más: ¿qué mujer querría un marido semejante, qué huésped invitaría a tal convidado, qué criado tomaría un amo de esa catadura o sería capaz de soportarle? ¿Quién no ha de preferir a uno cualquiera de entre los más necios de la plebe, que, siendo necio, podrá mandar u obedecer a los necios, que será agradable para con sus semejantes, y la inmensa mayoría, complaciente con su mujer, alegre con sus amigos, atento con sus convidados, afable compañero, y, en fin, al que nada que sea humano le es ajeno?

Creo que la humanidad se encuentra en un estado a nivel del mar. No se ha recuperado todavía de esta caída, la ausencia de Dios dirían algunos, la abundante conformidad por el absurdo, por lo poquito. Aunque deberíamos escuchar a la Locura, que ya ha hablado. Quiero dar el testimonio de que el amor, a ciencia cierta existe. Paciencia y esperanza.

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