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23 de septiembre de 2008

París

En cuatro días más mi boca dejará de hablar español como habitualmente lo hace. Mis ojos verán crecer los edificios sobre los caminos de asfalto y sus luces vacilarán la noche. Como en los viejos tiempos, cuando los primeros nómadas reflejaban otros soles sobre sus lanzas.

Tengo un racimo de preocupaciones, buenas preocupaciones, angustias que confirman la vida y sus deberes. Respiro hondo. Admiro a mis interlocutores, admiro su pretigiosa ignorancia, su alegre ruta me contagia. Los bosques que yo exploro ya no se ven como dioses o figuras rituales. A lo mucho son ornamentos para engordar la monótona modernidad.

Un cuchillo protege mis pensamiento. Me aniquila como instante de flor, como externa contemplación constante. Necesaria excursión fuera de uno mismo. Sin lanzas hemos encontrado el yacimiento de oro negro, oráculo moderno de nuestras vidas. Miro de reojo su cauce, pero mi rostro no se refleja. Mi esperanza, anhelo de cuchillos afilados.

En cuatro días pasarán mil horas, mil y un sacrifios para que nazca el sol de nuevo, para que su aliento dé vida a estas tierras nuestras.

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