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16 de enero de 2004

De la infancia, II

Cuando era un niño además de ayudarle de vez en cuando a mi abuela a trabajar (la verdad iba a acompañarla) en las oficinas (la secretaria se llamaba Tere, no Paty ya investigué bien) también todos los domingos mi abuelita vendía postres afuera del templo que está por su casa. Flan, gelatina, galletas, atole y tamales. Casi todo se vendía la mayoría de las veces, sobre todo el flan (que sigue siendo mi favorito). Hace poco leí en la revista Crisis (que se publicaba en Argentina) una serie de recuerdos escritos por una amiga de Paul Valery acerca de él. Y leí que a él le importaba muy poco que era lo que sentía el otro, cómo lo sentía, lo que a él le interesabe eran los medios que utilizaba para conseguir ese sentimiento. ¿Qué medios utilizo yo...? Cuando estaba en la primaria la vida de los adultos me importaba muy poco, la gente que se quejaba sin razón alguna me caía mal: gente con casa, comida, lo necesario para vivir. Porque conocí a gente más modesta que con lo que tenía no era suficiente para vivir dignamente pero su vida era sencilla y alegre, sin embargo también exigían al menos una vida digna. Desde pequeño por la religión, por mis padres, porque lo apropié, el pensamiento de ser indiferente a los objetos materiales de este mundo estuvo muy presente. La teología de la liberación tuvo gran impacto en mi comunidad en los setenta y ochenta, me tocó vivir algo de eso (todavía no desaparece) y me siento bien por darle más importancia a una persona que a un celular. Aunque a veces lo ranchero me ganaba. Cuando eres niño le sonríes a todo mundo y recibes una sonrisa de vuelta, cuando pasas a la adolescencia quieres seguir con esos hábitos pero la gente es más tosca por lo que gran a los inicios de mi adolescencia no podía entender porque no sonreían, porque no saludaba. Le di mucha importancia a eso. También en la infancia cuando iba a una reunión de adultos con mis papás o X lugar y había más niños por ahí vaganado solitarios o ya había un grupo de niños jugando, primero me acercaba poco a poco pero siempre pedía un chance para jugar y si había otros niños por ahí los invitaba para que todos jugaramos. Algo así como un mediador. Los niños presumidos me caían mal, pero no tanto, porque en verdad no eran tan presumidos, eran costumbres aprendidas en su casa, así que con algún chiste o con un juego rápidamente se les pasaba. A veces tenía ratos de enojo extremo. También tuve momentos de control a causa del poder. Pero eso desapareció en la adolescencia. En la secundaria el primer año me fue mal, el segundo más o menos y tercero mejoré. Pero la sencundaria es parte de la adolescencia y no de esta entrada. Quiero recordar un hecho particular, pero cuando eres niño es un todo, no hay particularidades. Sin embargo viví feliz, tengo muchas anécdotas pero no van a llegar aquí, este no es el lugar para eso. Esos ratos son algo en latín que no sé cómo. Sin embargo en poema tendrán resonancia y en vida tienen porque son pasado y presente de un hilo conductor, de una proyecto de vida.

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