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27 de enero de 2004

Lost in Translation

Hoy fui al cine a ver Lost in Translation o Perdidos en Tokio, como le nombraron aquí en México. En primer lugar, me gustó. Los cortes secos entre escena y escena me hicieron intuir cosas que no sé qué ni cómo.

No todas las personas encajan con los arquetipos fílmicos, sin embargo, en ciertas historias universales una parte de ti está hecha imagen. Leerte a ti mismo es identificarte en la historia. Pero no en todas las películas tenemos cabida todas las personas aunque queramos, o yo no sé.

Llegué al cine pensando una banda sonora de una vida para escuchar en la mañana y que inspirara confianza en la persona que lo escucha y la única que alcancé a pensar fue I have confidence, y digo alcancé a pensar porque mis pensamientos dependen mucho de los espacios, así que cuando abrí la puerta del Centro Magno comenzó a desvanecerse. Por otro lado, al salir del cine retomé el mismo pensamiento y quedé en que la confianza de las personas es adoptada de diversas maneras, modos y formas. Pero la confianza es la confianza...

En fin, la película a pesar de tener momento hilarantes también tiene un cierto aire frío.

Tal vez la ruta 622 tenía un aire melancólico o no sé qué, que aun pienso cosas de la brisa del mar en noches de agosto.

Y tantas cosas me sugieren tantos títulos y acciones-para-hacer que no sé por dónde empezar, tal-vez-respirando. Aún así la vida es bastante sencilla, es la transformación que le hacemos los hombres y mujeres la que crea arte y relaciones sociales poco comunes. Yo no sé de optimismos pesimistas, no quiero saber porque se siente fuerte en la garganta y la mirada.

Pero puedo caer en lo vago y soso como estar en el dilema de cortarse el cabello o no o elegir una camisa verde para usar algún día de la semana.

Y tal vez (seguro) me he equivocado en decir cosas tan cerradas como que el cine se acaba cuando dice The End o se terminan los créditos, quizás ahí no termina una película o la arquitectura de un edificio decimonónico, o las últimas frases de un cuento de ciencia ficción, la melodía de violines bailando con un piano o la estatua sin cabeza en una pintura moderna, quizás todas esas cosas no terminan sino que continúan haciendo de las suyas en nuestra cabeza cada vez que nos dejamos. Yo decido cuando termina. O quizás, nunca lo sabré; todo se quedó perdido en la traducción.

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