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28 de junio de 2018

Mi cuento favorito del mundo

RAISSA
Italo Calvino

No es feliz la vida en Raissa. Por las calles la gente camina torciéndose las manos, maldice a los niños que lloran, se apoya en los muros del río con las sienes entre los puños, por la mañana despierta de un mal sueño y empieza otro. En los talleres donde a cada rato alguien se machaca los dedos con el martillo o se pincha con la aguja, o en las hileras de números torcidas de los negociantes y los banqueros, o delante de las filas de vasos sobre la barra de las cantinas, menos mal que las cabezas agachadas te ahorran miradas amenzantes. Dentro de las casas es peor, y no hay que entrar para saberlo: en verano las ventanas aturden con peleas y platos rotos.

Y sin embargo, en Raissa hay a cada momento un niño que desde una ventana ríe a un perro que ha saltado sobre una marquesina para morder un pedazo de tortilla que ha dejado caer un albañil que desde lo alto del andamio exclama: —¡Cariño mío, déjame probarte!— a una joven hostelera que levanta un plato de caldo de res bajo la pérgola, contenta de servirlo al vendedor de paraguas que celebra un buen negocio: una sombrilla de encaje blanco comprada por una gran dama para pavonearse en las carreras, enamorada de un oficial que le ha sonreído al saltar el último arbusto, feliz él pero más feliz todavía su caballo que volaba sobre los obstáculos viendo volar en el cielo a un francolín, pájaro feliz por haber sido liberado de una jaula por un pintor feliz de haberlo pintado pluma por pluma, salpicado de rojo y de amarillo, en la miniatura de aquel libro en que el filósofo dice: —También en Raissa, ciudad triste, corre un hilo invisible que enlaza por un instante un ser viviente a otro y se destruye, luego vuelve a tenderse entre puntos en movimiento dibujando nuevas, rápidas figuras de modo que a cada segundo la ciudad infeliz contiene una ciudad feliz que ni siquiera sabe que existe.

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